21:02. Cuarta y última parada para que se vaya.
Tren estacionado. Puertas abriéndose. Gente saliendo. Gente entrando. Él. Yo. Nosotros.
Sabía que aquella era la última parada “juntos”. El siguiente estacionamiento del tren supondría su salida de aquel vagón hasta el lunes. No le volvería a ver, pasarían casi tres días sin verle, sin poder disfrutar de su rostro, de sus muecas cuando lee y de seguir descubriendo cosas de su vida.
La hoja en la que acaba de plasmar letras, la arranco sin temblar del cuaderno, la dobló dos veces y se la metió en el bolsillo de la camisa verde que llevaba. Empezó a guardar la libreta, el boli, y reorganizó el maletín. Parecía nervioso, sacó y metió la libreta como tres veces seguidas, no terminaba de encajar aquel tetris que él solo había montado y al que solo él jugaba.
Terminó cerrando el maletín como pudo, arrugando papeles y presionando todo lo más que pudo. Se llevó las manos al regazo de sus piernas. Las deslizó por ellas varias veces, como intentando relajarse, sosegarse… ¿ Qué le pasaba ?
Sacó el papel de su bolsillo. Clavó su mirada en el papel como intentando volatilizarlo o quemarlo. Parecía que aquel trozo de papel había generado tal situación en él, que ni el mismo era consciente de ello. Se había vuelto lo único visible.
Levantó la mirada del papel, giró su cuello hacia la derecha, hacia mi dirección, y clavó sus ojos en mí. Me pilló de sopetón aquel cambio tan radical de dirección de sus ojos. No recuerdo en que momento exacto dejé de respirar. Mi corazón empezó a acelerarse, mis mejillas empezaron a ruborizarse y empecé a ahogarme. Fueron breves segundos, pero muy intensos. Recordé como respirar e inhalé una gran bocanada de aire. Me “devolvió” a la vida.
Se levantó. Cogió el maletín con su mano derecha y con la izquierda sujetaba aquel maldito trozo de papel. Sus ojos no dejaban de mirarme. Se volvió una mirada nerviosa, inquieta, exaltada, pero a la vez con un punto de satisfacción y esperanza.
Empezó a caminar en mi dirección. Uno, dos, tres…. Siete pasos exactos nos separaban cada día, pero nunca los había contado, porque siempre salía por la puerta de su izquierda.
Se plantó delante de mí, a escasos centímetros. Creo que desde esa distancia se podía escuchar a mi corazón, cada vez más nervioso, mas excitado, más ansioso….
Clavó sus ojos color miel en mi rostro. Esbozo una sonrisa tímida y articulando palabra me dijo : “ Todo ha pasado y has vuelto a sonreír “.
Y sin mediar más palabra, alargó su mano izquierda y aquel trozo de papel quedó frente a mi. Lo agarré. Y en cuanto salió de su mano, siguió su camino hacia el siguiente vagón para poder salir del tren.
Habíamos llegado a su parada, 21:05.