29 mayo 2020

20:47 - CAPITULO 4

20:57. Segunda parada antes de que se vaya. 

Tren estacionado. Puertas abriéndose. Gente saliendo. Gente entrando. Él. ¿Yo? Nosotros. 

Seguía inmersa en mis pensamientos, en aquellos primeros días “nuestros”, que ni me había dado cuenta de que habíamos llegado a la siguiente parada hasta que algo me trajo a la realidad. Un empujón. Alguien se había acercado tanto a mí, que por casi me tira. ¿ Qué pasa que no había más espacio en el tren que se tenía que pegar a mí ? La verdad que, a esas horas, el tren apenas iba lleno como en hora punta, por lo que había sitio de sobra para no molestar. Me giré con cara de pocos amigos y al girarme no pude sino sonreír. Era una persona mayor, que, con la inercia del arranque del tren, no le había dado tiempo agarrarse. 

Volví apoyarme en “mi sitio”, en la puerta, y me percaté de que él chico, mi chico, nuestro chico, había dejado de leer, y había sacado una pequeña libreta que agarraba con fuerza en la mano izquierda. Estaba pensativo. La mano derecha descansaba sobre su pómulo derecho, y el bolígrafo que sostenía en ella, estaba a punto de rallar aquella sección de piel. Tenía la frente fruncida, los ojos medio achinados, y su nariz respingona le daba un aire de lo más sexy y entrañable que no os podéis imaginar. 

En aquel momento recordé lo mucho que me encantaba escribir. Escribía para sacar lo que llevaba dentro, ya fuera de manera personal como intrínseca. Escribía porque me daba libertad. Me relajaba. Recuerdo que cuando me vine a vivir a Madrid sola, empecé a escribir un diario. Contaba mis impresiones, sentimientos, sensaciones de volver a la ciudad que me vio nacer, que me vio crecer, y que, por casualidades de la vida, volví a ella, sola, pero con muchas ganas de vivirla y recorrerla al máximo. Redescubrir cada rincón, cada entraña. 

Aquel diario quedó guardado y olvidado, tal vez en una caja, o tal vez en la estantería, no recordaba donde lo dejé, solo sé que lo ignoré desde que el trabajo me absorbía doce horas diarias durante cinco días a la semana. 

¿ Tendríamos, él y yo, algo en común como la escritura ? ¿ Escribiría un diario ? ¿ Sentiría él lo mismo que yo al escribir y dejarse llevar por las palabras ? Creo que sería un buen punto de partida para empezar una conversación, romper el hielo, y ver el trascurso de algo que había imaginado durante muchas noches antes de dormir. 

Habíamos llegado a la siguiente parada, 20:59




                                                    ~ Lucia Rodriguez ~

24 mayo 2020

20:47 - CAPITULO 3

20:54. Primera parada antes de que se vaya.

Tren estacionado. Puertas abriéndose. Gente saliendo. Gente entrando. ¿ Él ? Yo. Nosotros.

Justo en esos segundos entre los que algo se interpuso entre nosotros, me dio tiempo a retomar el aliento. Se me había olvidado respirar otra vez, no sé cómo no me había puesto morada ya.

Tras la salida y entrada de gente, quería volver a clavar la mirada en él, esperando volver a fundirnos en una mirada íntima, tierna y sincera, pero que éramos nosotros para tener algo íntimo, si apenas sabíamos nada el uno del otro.

Llevábamos un mes viéndonos de lunes a viernes, en el mismo tren de vuelta a casa, a la misma hora, 20:47, pero en verdad no nos conocíamos de nada. Éramos dos completos extraños en un tren, que se miraban, que había atracción, pero que en verdad era algo vacío. Nunca habíamos cruzado palabra. Yo intuía en que trabajaba, sabía que tenía perro, que no era de Madrid, y qué vivía solo. Sabía todas esas cosas de él porque había estado atenta a cada detalle. ¿ Y él, que sabría él de mi ?

Sé que estaréis pensado que soy una “ fisgona ”, que sé muchos datos sobre él, que me he metido de lleno en su vida personal, que he descubierto muchas cosas con tan solo observándole, pero es que no os he contado el principio de nuestra historia…

Los primeros días que nos “conocimos”, yo llevaba una semana muy mala en el trabajo, todo eran problemas, contratiempo y obstáculos. No era yo. Estaba decaída, triste, desanimada. No sabía cómo se me habían juntados tantos sinsabores en una misma semana.

Al entrar esos días en el vagón, en vez de quedarme de pie, como suelo hacer siempre, me senté. Y qué casualidad, delante de él. Los primeros dos días, fue algo natural, sin pensarlo ni quererlo, me sentaba, me dejaba caer en el asiento y desconectaba escuchando música. Estaba taciturna. No sé en qué momento él se fijó en mí, pero al llegar el viernes de la primera semana, antes de bajarse en su parada escuche: “ Todo pasará y volverás a sonreír “. Y la verdad, no sé si me lo decía a mí, o la persona con la que estaba hablando por teléfono, pero me lo tomé como algo personal, porque era justo lo que necesitaba oír en aquel momento. Y ya, todo cambió.

Habíamos llegado a la siguiente parada, 20:57.


                                                    ~ Lucia Rodriguez ~

20 mayo 2020

20:47 - CAPITULO 2

20:52. Primer paso antes de que se vaya.

Nada más entrar al tercer vagón, le miré de reojo, me situé donde siempre, apoyada en la puerta opuesta a la que acaba de entrar, obteniendo la mejor visual de él. Me dejé caer, saqué mi móvil, miré la hora, 20:52. Depende de la afluencia de gente, tendría en torno a 12 – 15 minutos para disfrutar de él.

Guardé mi móvil en el bolsillo de la blazer roja que llevaba ese día. Quien me conozca sabrá que no soy de colores llamativos. Aquella chaqueta llevaba tiempo guardada en mi armario, al fondo, pero desde hace unos días, la había desempolvado, aireado y había despertado un cierto interés.

Hace 13 días, si, 13 días, la llevaba puesta. Aquel día entré como cada día en el vagón, me apoyé en el mismo lugar, y cuando levanté la vista, tenía sus ojos clavados en mí. Tenía una mirada sexy, atractiva y profunda. Me quedé embobada durante bastantes segundos, echándole un pulso. Creo que se me olvidó hasta respirar. Empecé a sonrojarme, lo notaba en mis mejillas, notaba como el calor empezaba a subir, e inmediatamente levanté mis manos, frías, y las posé sobre mis pómulos. Él esbozó una pequeña sonrisa. Desde que le “conocía”, ese había sido el primer, aunque pequeño, atisbo de felicidad en su rostro.

Aquel día creí que el mundo se había parado durante horas, pero solo habían sido unos pocos segundos. Unos segundos donde el centro de atención había sido yo, y quería comprobar, si aquella situación de hace unos días, se repetía. Quería volver a verle sonreír, quería volver a ver si aquella chaqueta, la que había cogido polvo al final de armario, y mi preferida desde aquel día, me traía suerte.

Volví a la realidad, 20:53. Levanté la mirada tras meter el móvil en el bolsillo, y ¡bingo!, allí estaba él, mirándome, con esos ojos color miel que no había podido sacar de mi mente desde el segundo uno que le vi. Había déjalo de leer y tenía el libro sobre sus piernas, con un dedo marcando la hoja en la que se había quedado hace un par de segundos atrás. Clavé mi mirada en su rostro y le sonreí. Era una sonrisa sincera, plena, a la vez que juguetona y divertida. Me retó, pero al cabo de unos segundos eternos, me devolvió esa sonrisa que tanto había esperado. No desvié la mirada, no me parecía una situación para nada incómoda, sino al revés, los dos hacíamos más fuerza para que aquello durara más tiempo que la primera vez, pero algo se interpuso entre nosotros.

Habíamos llegado a la siguiente parada, 20:54.



                                                    ~ Lucia Rodriguez ~




15 mayo 2020

20:47 - CAPITULO 1

Una tarde más, llegué a la misma boca del metro, la más cercana a mi trabajo.
Bajé las escaleras exteriores corriendo, esperando llegar a tiempo y no morir en el intento. Abrí la puerta de entrada de un golpe, pasé el torno corriendo, a punto de quedarme enganchada por culpa del bolso. Bajé las escaleras mecánicas sorteando a la gente, y caminé lo más rápido que pude, sin oxígeno, hasta el andén.

Nada más llegar miré la pantalla informativa para ver cuántos minutos quedaban hasta que llegara el próximo tren. 3 minutos.

Creo que llegué dos minutos más tarde que de costumbre, y no sabría si le vería, allí, sentado en el tercer vagón, como cada día, a la misma hora, 20:47, bueno, hoy eran las 20:49.

En esos tres minutos de espera pensé de todo; desde que hubiera tomado el tren anterior, que me había adelantado y corrido mucho para llegar, que no vendría en este tren ...
También pensé en la ropa que llevaría hoy, en si se le marcarían esas atractivas pero tristes ojeras, que libro estaría leyendo hoy...

¿ Habría cambiado hoy de maletín ? Me había dado cuenta de que dos días a la semana llevaba un maletín diferente, nuevo, simple, negro, de cuero e impoluto. Un "Fat Carter Negro", que costaba como unos 600€.

No entiendo mucho de moda, ni de marcas, no os penséis que lo sé todo, pero es que me fijé en el detalle interior del maletín, y oye, una se informa. No es invasión de la intimidad, ¿verdad ?

El resto de semana llevaba uno de tela, negro, con mil bolsillos, desgastados, lleno hasta los bordes, a veces, ni lo podía cerrar.

Llevábamos viéndonos cada día, desde hace un mes, en el mismo tren de vuelta a casa. No sé cuántas paradas anteriores a la mía subía, pero sí sabía dónde se bajaba, en una, solo una parada antes de la mía.

Cada fin de semana tenía la esperanza de encontrármelo en la calle, éramos prácticamente vecinos. Encontrármelo haciendo la compra o paseando al perro, sí, paseando al perro, no es tan raro, ¿no? Él tiene perro, pero creo que esa historia no os voy a contar por ahora, me la guardo para otro momento, si tanta curiosidad tenéis. Pero no, no había fin de semana que le viera, por lo que solo me quedaba el metro.

Miré de nuevo a la pantalla informativa, " próximo tren, va efectuar su entrada en la estación ". El tren ya entraba, que nervios, ¿ estaría ? ¿ no estaría?

Tren estacionado. Puertas abriéndose. Gente saliendo. Gente entrando. Él. Yo. Nosotros.

Y allí estaba él. A pesar de haber llegado dos minutos tarde, él estaba allí, sentado en el mismo asiento de cada día, con su maletín de tela, abierto, repleto de papeles, y con un nuevo libro entre las manos, " Un mundo sin fin. Ken Follett ".


                                                    ~ Lucia Rodriguez ~