20:57. Segunda parada antes de que se vaya.
Tren estacionado. Puertas abriéndose. Gente saliendo. Gente entrando. Él. ¿Yo? Nosotros.
Seguía inmersa en mis pensamientos, en aquellos primeros días “nuestros”, que ni me había dado cuenta de que habíamos llegado a la siguiente parada hasta que algo me trajo a la realidad. Un empujón. Alguien se había acercado tanto a mí, que por casi me tira. ¿ Qué pasa que no había más espacio en el tren que se tenía que pegar a mí ? La verdad que, a esas horas, el tren apenas iba lleno como en hora punta, por lo que había sitio de sobra para no molestar. Me giré con cara de pocos amigos y al girarme no pude sino sonreír. Era una persona mayor, que, con la inercia del arranque del tren, no le había dado tiempo agarrarse.
Volví apoyarme en “mi sitio”, en la puerta, y me percaté de que él chico, mi chico, nuestro chico, había dejado de leer, y había sacado una pequeña libreta que agarraba con fuerza en la mano izquierda. Estaba pensativo. La mano derecha descansaba sobre su pómulo derecho, y el bolígrafo que sostenía en ella, estaba a punto de rallar aquella sección de piel. Tenía la frente fruncida, los ojos medio achinados, y su nariz respingona le daba un aire de lo más sexy y entrañable que no os podéis imaginar.
En aquel momento recordé lo mucho que me encantaba escribir. Escribía para sacar lo que llevaba dentro, ya fuera de manera personal como intrínseca. Escribía porque me daba libertad. Me relajaba. Recuerdo que cuando me vine a vivir a Madrid sola, empecé a escribir un diario. Contaba mis impresiones, sentimientos, sensaciones de volver a la ciudad que me vio nacer, que me vio crecer, y que, por casualidades de la vida, volví a ella, sola, pero con muchas ganas de vivirla y recorrerla al máximo. Redescubrir cada rincón, cada entraña.
Aquel diario quedó guardado y olvidado, tal vez en una caja, o tal vez en la estantería, no recordaba donde lo dejé, solo sé que lo ignoré desde que el trabajo me absorbía doce horas diarias durante cinco días a la semana.
¿ Tendríamos, él y yo, algo en común como la escritura ? ¿ Escribiría un diario ? ¿ Sentiría él lo mismo que yo al escribir y dejarse llevar por las palabras ? Creo que sería un buen punto de partida para empezar una conversación, romper el hielo, y ver el trascurso de algo que había imaginado durante muchas noches antes de dormir.
Habíamos llegado a la siguiente parada, 20:59