20 mayo 2020

20:47 - CAPITULO 2

20:52. Primer paso antes de que se vaya.

Nada más entrar al tercer vagón, le miré de reojo, me situé donde siempre, apoyada en la puerta opuesta a la que acaba de entrar, obteniendo la mejor visual de él. Me dejé caer, saqué mi móvil, miré la hora, 20:52. Depende de la afluencia de gente, tendría en torno a 12 – 15 minutos para disfrutar de él.

Guardé mi móvil en el bolsillo de la blazer roja que llevaba ese día. Quien me conozca sabrá que no soy de colores llamativos. Aquella chaqueta llevaba tiempo guardada en mi armario, al fondo, pero desde hace unos días, la había desempolvado, aireado y había despertado un cierto interés.

Hace 13 días, si, 13 días, la llevaba puesta. Aquel día entré como cada día en el vagón, me apoyé en el mismo lugar, y cuando levanté la vista, tenía sus ojos clavados en mí. Tenía una mirada sexy, atractiva y profunda. Me quedé embobada durante bastantes segundos, echándole un pulso. Creo que se me olvidó hasta respirar. Empecé a sonrojarme, lo notaba en mis mejillas, notaba como el calor empezaba a subir, e inmediatamente levanté mis manos, frías, y las posé sobre mis pómulos. Él esbozó una pequeña sonrisa. Desde que le “conocía”, ese había sido el primer, aunque pequeño, atisbo de felicidad en su rostro.

Aquel día creí que el mundo se había parado durante horas, pero solo habían sido unos pocos segundos. Unos segundos donde el centro de atención había sido yo, y quería comprobar, si aquella situación de hace unos días, se repetía. Quería volver a verle sonreír, quería volver a ver si aquella chaqueta, la que había cogido polvo al final de armario, y mi preferida desde aquel día, me traía suerte.

Volví a la realidad, 20:53. Levanté la mirada tras meter el móvil en el bolsillo, y ¡bingo!, allí estaba él, mirándome, con esos ojos color miel que no había podido sacar de mi mente desde el segundo uno que le vi. Había déjalo de leer y tenía el libro sobre sus piernas, con un dedo marcando la hoja en la que se había quedado hace un par de segundos atrás. Clavé mi mirada en su rostro y le sonreí. Era una sonrisa sincera, plena, a la vez que juguetona y divertida. Me retó, pero al cabo de unos segundos eternos, me devolvió esa sonrisa que tanto había esperado. No desvié la mirada, no me parecía una situación para nada incómoda, sino al revés, los dos hacíamos más fuerza para que aquello durara más tiempo que la primera vez, pero algo se interpuso entre nosotros.

Habíamos llegado a la siguiente parada, 20:54.



                                                    ~ Lucia Rodriguez ~




1 comentario:

  1. Yo quiero que se hablen esos dos! qué intriguilla... qué romanticosa que estás hecha Lu! Me encanta ! Un besito grande

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