20 julio 2020

20:47 - CAPITULO 7

21:05. Final del trayecto.

Tren estacionado. Puertas abriéndose. Él saliendo. Gente entrando. Yo. 

Me quedé petrificada, inmóvil, inerte. Tenía en mi mano derecha un trozo de papel, el maldito trozo de papel que minutos antes había visto escribir, doblar e internar evaporar. 

La mano me temblaba, el corazón se me iba a salir por la boca, y mis piernas no me sostenían. Me apoyé en la puerta intentando recomponerme, tomé aire y volví a la realidad. 

Maldito trozo de papel, ¿qué tienes escrito? 

Miré a mi alrededor, apenas había gente en el vagón, y la siguiente parada era la mía. No sabía qué hacer, si leerlo, si dejarlo para cuando llegara a casa, si quemarlo, si romperlo… Un sinfín de preguntas empezaron a nadar por mi mente, sin respuesta, sin solución… La mente me decía que esperara, que me sosegara, que me tranquilizara, pero el corazón necesitaba saber que ponía. 

Me quedé mirando el papel, intentando no pensar ni sentir, poniendo la mente en blanco, recapacitando. Aunque intentara negarlo, tenía unas ganas infinitas por ver que tipo de letra tenía, como conjugaba las frases, y sobre todo, que tenía que contarme. ¿ Por qué hoy ? ¿ Por qué a mí ? Maldita blazer roja. 

Estábamos llegando a mi parada, me incorporé, cogí compostura y me acerqué a la puerta del vagón para salir. 

Habíamos llegamos a mi parada, 21:07. 

Tren estacionado. Puertas abriéndose. Yo saliendo. Gente entrando. 

Al salir del vagón, justo unos pasos a mi derecha había un banco. Me acerqué, me senté y miré el maldito papel. Maldita kamikaze. Sabía que tenía que leerlo, no iba a llegar a casa sin antes destripar aquel papel, por lo que desdoble el papel… 






Me quedé mirando aquel trozo de papel que tanto había removido en mí. Tenía el corazón casi en la boca, a punto de salir corriendo a buscarle. El corazón me iba a tres mil por hora, y mi cara tenía un sofocante color rojo tomate, a juego con la chaqueta. Menos mal que no le tenía delante, sino, no sabría dónde esconderme, creo que por eso fue que salió corriendo, por si se me ocurría abrir la carta frente a él. 

¿ Qué hacer ahora ? ¿ Le espero o le escribo ?



                                                    ~ Lucia Rodriguez ~

09 junio 2020

20:47 - CAPITULO 6

21:02. Cuarta y última parada para que se vaya. 

Tren estacionado. Puertas abriéndose. Gente saliendo. Gente entrando. Él. Yo. Nosotros. 

Sabía que aquella era la última parada “juntos”. El siguiente estacionamiento del tren supondría su salida de aquel vagón hasta el lunes. No le volvería a ver, pasarían casi tres días sin verle, sin poder disfrutar de su rostro, de sus muecas cuando lee y de seguir descubriendo cosas de su vida. 

La hoja en la que acaba de plasmar letras, la arranco sin temblar del cuaderno, la dobló dos veces y se la metió en el bolsillo de la camisa verde que llevaba. Empezó a guardar la libreta, el boli, y reorganizó el maletín. Parecía nervioso, sacó y metió la libreta como tres veces seguidas, no terminaba de encajar aquel tetris que él solo había montado y al que solo él jugaba. 

Terminó cerrando el maletín como pudo, arrugando papeles y presionando todo lo más que pudo. Se llevó las manos al regazo de sus piernas. Las deslizó por ellas varias veces, como intentando relajarse, sosegarse… ¿ Qué le pasaba ? 

Sacó el papel de su bolsillo. Clavó su mirada en el papel como intentando volatilizarlo o quemarlo. Parecía que aquel trozo de papel había generado tal situación en él, que ni el mismo era consciente de ello. Se había vuelto lo único visible. 

Levantó la mirada del papel, giró su cuello hacia la derecha, hacia mi dirección, y clavó sus ojos en mí. Me pilló de sopetón aquel cambio tan radical de dirección de sus ojos. No recuerdo en que momento exacto dejé de respirar. Mi corazón empezó a acelerarse, mis mejillas empezaron a ruborizarse y empecé a ahogarme. Fueron breves segundos, pero muy intensos. Recordé como respirar e inhalé una gran bocanada de aire. Me “devolvió” a la vida. 

Se levantó. Cogió el maletín con su mano derecha y con la izquierda sujetaba aquel maldito trozo de papel. Sus ojos no dejaban de mirarme. Se volvió una mirada nerviosa, inquieta, exaltada, pero a la vez con un punto de satisfacción y esperanza. 

Empezó a caminar en mi dirección. Uno, dos, tres…. Siete pasos exactos nos separaban cada día, pero nunca los había contado, porque siempre salía por la puerta de su izquierda. 

Se plantó delante de mí, a escasos centímetros. Creo que desde esa distancia se podía escuchar a mi corazón, cada vez más nervioso, mas excitado, más ansioso…. 

Clavó sus ojos color miel en mi rostro. Esbozo una sonrisa tímida y articulando palabra me dijo : “ Todo ha pasado y has vuelto a sonreír “. 

Y sin mediar más palabra, alargó su mano izquierda y aquel trozo de papel quedó frente a mi. Lo agarré. Y en cuanto salió de su mano, siguió su camino hacia el siguiente vagón para poder salir del tren. 

Habíamos llegado a su parada, 21:05. 




                                                    ~ Lucia Rodriguez ~





03 junio 2020

20:47 - CAPITULO 5

20:59. Tercera parada antes de que se vaya. 

Tren estacionado. Puertas abriéndose. Gente saliendo. Gente entrando. Él. Yo. ¿ Nosotros ? 

Empecé a imaginar aquella lejana, improbable e inverosímil conversación. Tenía tantas cosas que preguntarle, que decirle, que contarle, que en verdad no sabía por dónde empezar. Las preguntas comenzaron a agolparse en mi mente. ¿ Cómo ordenar aquel “pequeño” caos en torno a él ? 

Un mes puede dar para mucho, si sabes aprovecharlo al máximo, pero había muchas incógnitas alrededor de él, que, en cierto modo, si no fuera una kamikaze del amor, habría postergado de mi vida. 

El bolsillo de mi chaqueta empezó a vibrar. 21:00. Una, dos, tres, cuatro notificaciones… Como tenía el móvil en vibración no sabía exactamente de qué se trataba, ¿ tal vez un correo del trabajo, un whatsapp, un md de instagram, un mensaje por messenger… ? En aquel momento me daba igual quién o qué fuera, todo podía esperar, menos él. Nos quedaban escasos minutos para que se fuera, y yo seguía ahí, parada, apoyada en la puerta, esperando… ¿ Esperando qué ? 
No sabía exactamente qué estaba esperando, si un milagro, si una aparición divina o incluso un cataclismo. Creo que me hubiera dado igual lo que fuera. Por muy “brusco” que suene, morir “juntos” no era una mala forma de morir, ¿ no ? 

Realmente que podía salir de aquello “nuestro”, ¿ tal vez un “Nosotros” ? Sería mucha fantasía que aquello fuera posible, que aquella hora, 20:47, fuera solo nuestra, y que aquel viaje de vuelta a casa, nos uniera. 
Dicen que la esperanza es lo último que se pierde, y yo la había perdido ya en muchas cosas de mi vida, pero con él, todavía no. 

Él seguía allí, con la libreta entre las manos. Había llenado la página entera de un viaje de letras. ¿ Tal vez sería la lista de la compra o tal vez el trabajo del día siguiente ? ¿ Tal vez la lista de cosas que contarle a su madre o tal vez… un texto ? 

Creo que aquel misterio pronto tendría un final, ¿ tal vez bueno, malo ? No lo sabía, solo sabía una cosa… 

Habíamos llegado a la siguiente parada, 21:02.


                                                    ~ Lucia Rodriguez ~


29 mayo 2020

20:47 - CAPITULO 4

20:57. Segunda parada antes de que se vaya. 

Tren estacionado. Puertas abriéndose. Gente saliendo. Gente entrando. Él. ¿Yo? Nosotros. 

Seguía inmersa en mis pensamientos, en aquellos primeros días “nuestros”, que ni me había dado cuenta de que habíamos llegado a la siguiente parada hasta que algo me trajo a la realidad. Un empujón. Alguien se había acercado tanto a mí, que por casi me tira. ¿ Qué pasa que no había más espacio en el tren que se tenía que pegar a mí ? La verdad que, a esas horas, el tren apenas iba lleno como en hora punta, por lo que había sitio de sobra para no molestar. Me giré con cara de pocos amigos y al girarme no pude sino sonreír. Era una persona mayor, que, con la inercia del arranque del tren, no le había dado tiempo agarrarse. 

Volví apoyarme en “mi sitio”, en la puerta, y me percaté de que él chico, mi chico, nuestro chico, había dejado de leer, y había sacado una pequeña libreta que agarraba con fuerza en la mano izquierda. Estaba pensativo. La mano derecha descansaba sobre su pómulo derecho, y el bolígrafo que sostenía en ella, estaba a punto de rallar aquella sección de piel. Tenía la frente fruncida, los ojos medio achinados, y su nariz respingona le daba un aire de lo más sexy y entrañable que no os podéis imaginar. 

En aquel momento recordé lo mucho que me encantaba escribir. Escribía para sacar lo que llevaba dentro, ya fuera de manera personal como intrínseca. Escribía porque me daba libertad. Me relajaba. Recuerdo que cuando me vine a vivir a Madrid sola, empecé a escribir un diario. Contaba mis impresiones, sentimientos, sensaciones de volver a la ciudad que me vio nacer, que me vio crecer, y que, por casualidades de la vida, volví a ella, sola, pero con muchas ganas de vivirla y recorrerla al máximo. Redescubrir cada rincón, cada entraña. 

Aquel diario quedó guardado y olvidado, tal vez en una caja, o tal vez en la estantería, no recordaba donde lo dejé, solo sé que lo ignoré desde que el trabajo me absorbía doce horas diarias durante cinco días a la semana. 

¿ Tendríamos, él y yo, algo en común como la escritura ? ¿ Escribiría un diario ? ¿ Sentiría él lo mismo que yo al escribir y dejarse llevar por las palabras ? Creo que sería un buen punto de partida para empezar una conversación, romper el hielo, y ver el trascurso de algo que había imaginado durante muchas noches antes de dormir. 

Habíamos llegado a la siguiente parada, 20:59




                                                    ~ Lucia Rodriguez ~

24 mayo 2020

20:47 - CAPITULO 3

20:54. Primera parada antes de que se vaya.

Tren estacionado. Puertas abriéndose. Gente saliendo. Gente entrando. ¿ Él ? Yo. Nosotros.

Justo en esos segundos entre los que algo se interpuso entre nosotros, me dio tiempo a retomar el aliento. Se me había olvidado respirar otra vez, no sé cómo no me había puesto morada ya.

Tras la salida y entrada de gente, quería volver a clavar la mirada en él, esperando volver a fundirnos en una mirada íntima, tierna y sincera, pero que éramos nosotros para tener algo íntimo, si apenas sabíamos nada el uno del otro.

Llevábamos un mes viéndonos de lunes a viernes, en el mismo tren de vuelta a casa, a la misma hora, 20:47, pero en verdad no nos conocíamos de nada. Éramos dos completos extraños en un tren, que se miraban, que había atracción, pero que en verdad era algo vacío. Nunca habíamos cruzado palabra. Yo intuía en que trabajaba, sabía que tenía perro, que no era de Madrid, y qué vivía solo. Sabía todas esas cosas de él porque había estado atenta a cada detalle. ¿ Y él, que sabría él de mi ?

Sé que estaréis pensado que soy una “ fisgona ”, que sé muchos datos sobre él, que me he metido de lleno en su vida personal, que he descubierto muchas cosas con tan solo observándole, pero es que no os he contado el principio de nuestra historia…

Los primeros días que nos “conocimos”, yo llevaba una semana muy mala en el trabajo, todo eran problemas, contratiempo y obstáculos. No era yo. Estaba decaída, triste, desanimada. No sabía cómo se me habían juntados tantos sinsabores en una misma semana.

Al entrar esos días en el vagón, en vez de quedarme de pie, como suelo hacer siempre, me senté. Y qué casualidad, delante de él. Los primeros dos días, fue algo natural, sin pensarlo ni quererlo, me sentaba, me dejaba caer en el asiento y desconectaba escuchando música. Estaba taciturna. No sé en qué momento él se fijó en mí, pero al llegar el viernes de la primera semana, antes de bajarse en su parada escuche: “ Todo pasará y volverás a sonreír “. Y la verdad, no sé si me lo decía a mí, o la persona con la que estaba hablando por teléfono, pero me lo tomé como algo personal, porque era justo lo que necesitaba oír en aquel momento. Y ya, todo cambió.

Habíamos llegado a la siguiente parada, 20:57.


                                                    ~ Lucia Rodriguez ~

20 mayo 2020

20:47 - CAPITULO 2

20:52. Primer paso antes de que se vaya.

Nada más entrar al tercer vagón, le miré de reojo, me situé donde siempre, apoyada en la puerta opuesta a la que acaba de entrar, obteniendo la mejor visual de él. Me dejé caer, saqué mi móvil, miré la hora, 20:52. Depende de la afluencia de gente, tendría en torno a 12 – 15 minutos para disfrutar de él.

Guardé mi móvil en el bolsillo de la blazer roja que llevaba ese día. Quien me conozca sabrá que no soy de colores llamativos. Aquella chaqueta llevaba tiempo guardada en mi armario, al fondo, pero desde hace unos días, la había desempolvado, aireado y había despertado un cierto interés.

Hace 13 días, si, 13 días, la llevaba puesta. Aquel día entré como cada día en el vagón, me apoyé en el mismo lugar, y cuando levanté la vista, tenía sus ojos clavados en mí. Tenía una mirada sexy, atractiva y profunda. Me quedé embobada durante bastantes segundos, echándole un pulso. Creo que se me olvidó hasta respirar. Empecé a sonrojarme, lo notaba en mis mejillas, notaba como el calor empezaba a subir, e inmediatamente levanté mis manos, frías, y las posé sobre mis pómulos. Él esbozó una pequeña sonrisa. Desde que le “conocía”, ese había sido el primer, aunque pequeño, atisbo de felicidad en su rostro.

Aquel día creí que el mundo se había parado durante horas, pero solo habían sido unos pocos segundos. Unos segundos donde el centro de atención había sido yo, y quería comprobar, si aquella situación de hace unos días, se repetía. Quería volver a verle sonreír, quería volver a ver si aquella chaqueta, la que había cogido polvo al final de armario, y mi preferida desde aquel día, me traía suerte.

Volví a la realidad, 20:53. Levanté la mirada tras meter el móvil en el bolsillo, y ¡bingo!, allí estaba él, mirándome, con esos ojos color miel que no había podido sacar de mi mente desde el segundo uno que le vi. Había déjalo de leer y tenía el libro sobre sus piernas, con un dedo marcando la hoja en la que se había quedado hace un par de segundos atrás. Clavé mi mirada en su rostro y le sonreí. Era una sonrisa sincera, plena, a la vez que juguetona y divertida. Me retó, pero al cabo de unos segundos eternos, me devolvió esa sonrisa que tanto había esperado. No desvié la mirada, no me parecía una situación para nada incómoda, sino al revés, los dos hacíamos más fuerza para que aquello durara más tiempo que la primera vez, pero algo se interpuso entre nosotros.

Habíamos llegado a la siguiente parada, 20:54.



                                                    ~ Lucia Rodriguez ~




15 mayo 2020

20:47 - CAPITULO 1

Una tarde más, llegué a la misma boca del metro, la más cercana a mi trabajo.
Bajé las escaleras exteriores corriendo, esperando llegar a tiempo y no morir en el intento. Abrí la puerta de entrada de un golpe, pasé el torno corriendo, a punto de quedarme enganchada por culpa del bolso. Bajé las escaleras mecánicas sorteando a la gente, y caminé lo más rápido que pude, sin oxígeno, hasta el andén.

Nada más llegar miré la pantalla informativa para ver cuántos minutos quedaban hasta que llegara el próximo tren. 3 minutos.

Creo que llegué dos minutos más tarde que de costumbre, y no sabría si le vería, allí, sentado en el tercer vagón, como cada día, a la misma hora, 20:47, bueno, hoy eran las 20:49.

En esos tres minutos de espera pensé de todo; desde que hubiera tomado el tren anterior, que me había adelantado y corrido mucho para llegar, que no vendría en este tren ...
También pensé en la ropa que llevaría hoy, en si se le marcarían esas atractivas pero tristes ojeras, que libro estaría leyendo hoy...

¿ Habría cambiado hoy de maletín ? Me había dado cuenta de que dos días a la semana llevaba un maletín diferente, nuevo, simple, negro, de cuero e impoluto. Un "Fat Carter Negro", que costaba como unos 600€.

No entiendo mucho de moda, ni de marcas, no os penséis que lo sé todo, pero es que me fijé en el detalle interior del maletín, y oye, una se informa. No es invasión de la intimidad, ¿verdad ?

El resto de semana llevaba uno de tela, negro, con mil bolsillos, desgastados, lleno hasta los bordes, a veces, ni lo podía cerrar.

Llevábamos viéndonos cada día, desde hace un mes, en el mismo tren de vuelta a casa. No sé cuántas paradas anteriores a la mía subía, pero sí sabía dónde se bajaba, en una, solo una parada antes de la mía.

Cada fin de semana tenía la esperanza de encontrármelo en la calle, éramos prácticamente vecinos. Encontrármelo haciendo la compra o paseando al perro, sí, paseando al perro, no es tan raro, ¿no? Él tiene perro, pero creo que esa historia no os voy a contar por ahora, me la guardo para otro momento, si tanta curiosidad tenéis. Pero no, no había fin de semana que le viera, por lo que solo me quedaba el metro.

Miré de nuevo a la pantalla informativa, " próximo tren, va efectuar su entrada en la estación ". El tren ya entraba, que nervios, ¿ estaría ? ¿ no estaría?

Tren estacionado. Puertas abriéndose. Gente saliendo. Gente entrando. Él. Yo. Nosotros.

Y allí estaba él. A pesar de haber llegado dos minutos tarde, él estaba allí, sentado en el mismo asiento de cada día, con su maletín de tela, abierto, repleto de papeles, y con un nuevo libro entre las manos, " Un mundo sin fin. Ken Follett ".


                                                    ~ Lucia Rodriguez ~



28 marzo 2020

AMOR, MENUDA PALABRA


Recuerda, el amor es solo una palabra, 
no es la base de ninguna relación. 

Amor, que bonita palabra, ¿verdad?
pero que dolorosa al mismo tiempo. 

 ¿ Porqué creemos que es lo mejor, 
cuándo en verdad es lo peor ? 

El amor es tan volátil
que no podemos dejarle campar a sus anchas. 

Él, el causante de tantas alegrías, 
pero también de tantos sinsabores. 

Nunca dejes que el amor sea el pilar fundamental de una relación, 
porque no va a funcionar. 
Hay que saber buscar otros pilares que fundamenten
una relación sólida, próspera y vital. 

Yo tengo claro cuales son mis pilares
para que una relación funcione y perdure, 
¿ y tú ? 

#Reflexiona